Antes un poco de historia…

En esos momentos de confluencia entre el humor y la destreza de narrar lo que en el interior se halla, amarrado y enorme, llega el día en el que se sucumbe a un hermoso sueño y se descubre algo tan surrealista como afortunado. De surrealista he vestido la historia del entresijo de todo aquello que en el akásico, aún pareciendo un sueño, se sabe con certeza que gracias a esa escuela, despegamos muchos por la plataforma para regresar de nuevo y echar una mano a quien lo precise. Con amor, todo se puede.
Soñando, soñé que era un enorme hipopótamo, aunque fijándome, mi piel estaba llena de manchas, que hacían que me asimilara a una vaca, quedé en duda. Sucumbí en un dilema que no sabía cómo resolver. Soy vaca o soy hipopótamo. El tema se complicó. Tomé conciencia de que podía volar. Eché un ojo a mí lomo, de él salían unas bellas alas de colores indescriptibles. Di un profundo suspiro de alivio. Me sentí ligera. Supe que era cierto, podía volar. Allá donde quisiera. La angustia se esfumó. No era tan pesada como suponía. Así, sin más, decidí lanzarme al vuelo. Me puse a volar. En tierra creí ser enorme. Incierto, pues en vuelo percibí que en lugar de enorme, era diminuta, muy, muy pequeña, como una mariquita. Tan ágil y ligera que me podía posar sobre los pétalos de las flores, y éstas no se rompían.
Me divertí, volando y conociéndome.
Al despertarme de aquel sueño, recordé perfectamente todos los detalles e hice un dibujo. Decidí ponerle nombre. Así fue como parí a las Marhipovakas.
Mar –de mariposa, cuyo significado es transformación; Hipo – de hipopótama, que representa la fertilidad, la creatividad; y Vaka – de vaca, símbolo de la maternidad y de la nutrición.
Acto seguido creí necesario completar la mágica experiencia con este canto exclarecedor.