Nº 83 – El canto de las marhipovakas



Las marhipovakas somos
generosas y poderosas matronas,
de grandes ubres,
preciosas alas
y renovada escuela.

Somos seductoras,
presumidas y ostentosas,
también onerosas
y algo grasientas.

Lo más destacable es
que sobre nuestras tetas
se lloran las más
amargas y extrañas penas.

Somos muy femeninas,
fértiles en nuestras guerras.
Magas, astutas, dóciles
y también algo altivas.
No nos queda más remedio,
hace mucho que se nos arrugaron las flaquezas,
y se nos evaporó todo miedo.

Pues hemos sido sometidas,
esclavas y apaleadas,
condenadas sin honor.
Hemorragias de dolor,
sufrimiento y depravación,
nos han enriquecido.

Conocemos infinidad de lares,
multitud de barbaridades.
Corrupción, perjurio
y vulgares obscenidades.

Aún así somos huesudas,
nos mantenemos robustas,
incluso para muchos,
somos las augustas.

Después de haber parido
a nuestro peor enemigo,
nuestro pecho,
amplio y prieto,
a modo de almohadón,
se presta para el perdón.

En nuestras pestañas,
se derritió todo frío añejo,
ahora sólo queda calor, brasas y fuego.
Fuego para purificar,
brasas para el recuerdo
y calor para todo lar.

Eones antaño,
olvidamos y perdonamos,
acicalamos y perfumamos el akásico,
sacudiendo los remiendos.

En nuestros michelines,
y entre las piernas oprimidos,
yacen los recuerdos más amargos,
y los más elevados caminos.

Con manos de hilo y seda,
tejemos los pañuelos,
en los que cachorros imberbes,
lloran sus propias condenas.

Con zapatos remendados,
caminamos a tu lado,
te acunamos y cantamos,
para que luzcas de nuevo.

Somos visibles a lo lejos,
resquebrajamos muros impertérritos.
Se derrumban a nuestro paso,
hasta los más soberbios egos.

Acunando cruzamos,
grandes ríos, mares y lagos,
sin importar si las aguas,
se asemejan a tormentas,
pues éstas, no las tememos.

Y ahí seguimos,
acunando y meciendo,
desde hace miles de milenios.

Si no creéis reconocernos,
te diré como somos…

Somos bellas mariposas,
sabias hipopótamos
y reales vacas celestiales.

Somos las marhipovakas,
la mejor medicina…
contra los males.


Mensaje: Tal y como concluye Sanaya Roman, las personas verdaderamente poderosas tienen una gran humildad. No tratan de impresionar, no intentan influir. Simplemente son. La gente se siente como cargada y regenerada por el contacto con ellas. No intentan convencer a nadie de nada; simplemente invitan y ofrecen. Nunca persuaden, como tampoco emplean la manipulación o la agresividad para seguir su camino. Escuchan. Si hay algo que pueden ofrecer para ayudarte, lo ofrecen; si no, permanecen en silencio.
Estas personas no tienen género, pues lo que nutren son corazones, así que tanto pueden ser ellas como ellos. Se trata de tipologías de almas de servicio. Tú podrías ser una de ellas.